Las mujeres, respecto a los hombres, tienen seis veces más lupus, tres veces más artritis reumatoide, nueve veces más síndrome de Sjögren y dos veces más esclerosis múltiple. Sin embargo, en el caso de la diabetes mellitus las cifras están más igualadas, al igual que en la enfermedad inflamatoria intestinal y la enfermedad celíaca de diagnóstico infantil.
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En definitiva, somos diferentes. Los hombres tienen más testosterona y otros andrógenos, y las mujeres, más estrógenos y progesterona. Además, las mujeres menstrúan, o se embarazan y dan lactancia materna. Las hormonas sexuales tienen un efecto en nuestro sistema inmunitario.
El sistema inmunitario de los hombres funciona de una forma diferente al de las mujeres. Las mujeres responden más y mejor a las vacunas, y además aguantan mejor las infecciones. Es necesario que sea así para que la especie sobreviva. Hacen falta muchas mujeres para perpetuar la especie y para que tengan suficiente decendencia, pero no se necesitan tantos hombres. No es que sea ideal que haya pocos, por eso la diversidad genética, pero estrictamente podríamos apañarnos con menos hombres.
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Lo cierto es que queda mucho camino por recorrer para entender las diferencias entre mujeres y hombres en la salud y la enfermedad, y los factores hormonales tendrán que incluirse como un factor más en la medicina personalizada del siglo XXI.
Los anteriores fragmentos extraídos de: “El sistema inmunitario por fin sale del armario – Sari Arponen”, nos ponen en situación de la necesidades que hay de revisar si se están vulnerando los derechos de la mujer en el campo de la salud.
Si todavía no entiendes por dónde van los tiros, aquí te dejamos unos fragmentos de historia sobre la salud y la mujer, mediante algunas fragmentos extraídos del libro: “Mujer, salud y poder – Carmen Valls Llobet.”
La historia de la Medicina no escapa de los sesgos patriarcales de las otras ciencias, y además de la genealogía oculta y de los sesgos de género en su contenido, ha olvidado muchas veces que el objetivo de su ciencia se refiere a los seres humanos, que de seres que habrían de ser protagonistas de salud, de ser sujetos de su proceso vital, han pasado a ser objetos dentro de la oferta y demanda sanitaria.
El primer problema al abordar la salud de las mujeres y su empoderamiento (si pueden o no ser protagonistas de sus vidas) se ha producido por quiénes han impartido o han decidido cómo era la salud. Han sido fundamentalmente los estudios que han partido de las Facultades de Medicina los que han iniciado la concepción del estado de salud y de lo que es enfermedad. Estos estudios han nacido principalmente a partir de las personas hospitalizadas, que en su mayoría han sido hombres. Por lo tanto, la mayoría de conocimientos médicos provienen de la patología masculina.
Antes de la era que empezó con Vesalio a investigar la anatomía del cuerpo humano con las disecciones multitudinarias, no existía ciencia pero sí opiniones que, desde Aristóteles a los padres de la Iglesia, decidían quién era superior y quién inferior, quién era portador de la vida y quién tan solo un receptáculo del homúnculo ya formado en el espermatozoide.
Después, como veremos, las ciencias de la salud han sido investigadas y analizadas con miradas que contienen también sesgos de género. El primer modelo de estudio de la Medicina ha sido el que plantea que las enfermedades no tienen sexo, que hombres y mujeres son iguales y que no hay diferencias en el enfermar, ni por razones biológicas ni por razones sociales. En determinadas patologías la frecuencia era mayor para el sexo masculino y en otras para el femenino, pero quedaba implícito que las enfermedades causadas por agentes externos o cambios internos no tenían matices diferenciales al evolucionar en un hombre o en una mujer. Ni los tratamientos tampoco. Estudiando a los hombres, ya estaban estudiadas todas las mujeres, menos en el embarazo y el parto; esta era la única diferencia que formaba parte de los estudios básicos de medicina y profesiones sanitarias.
A partir de los años 70-80 del siglo XX, una corriente científica, fundamentalmente feminista, empezó a plantear que la salud de las mujeres dependía de problemas sociales y culturales, de la discriminación y la violencia que habían sufrido y que, por lo tanto, los problemas de salud eran fundamentalmente sociales. Aunque partían de la base de que biológicamente hombres y mujeres éramos iguales, que el problema diferencial estaba en la violencia social o en la discriminación social.
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Tal como relata la médica y antropóloga Mari Luz Esteban, los primeros años universitarios de la carrera de Medicina, tanto los suyos como los míos, estuvieron marcados por una visión negativa del cuerpo femenino y de su «especificidad» (ciclicidad, menstruación, embarazo, maternidad, lactancia), negatividad directamente entroncada en algunas teorías feministas de la igualdad (…) con Mary Wollstonecraft, Simone de Beauvoir, Shulamit Firestones, y que se traducía en la idea de que el cuerpo es una limitación para el acceso de las mujeres a los derechos y privilegios que la sociedad otorga a los hombres (…) desde estas posiciones el cuerpo está biológicamente determinado, es un «alien» para los fines culturales e intelectuales, haciendo una distinción entre una mente sexualmente neutra y un cuerpo sexualmente determinado y limitado; así, lo masculino no estaría nunca limitado en su trascendencia, mientras que lo femenino, sí.
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La ciencia médica de los años 1990 hasta 2000 se vio sacudida por la constatación de una diferencia que no había sido estudiada hasta entonces, el brusco descubrimiento de una nueva enfermedad denominada menopausia. Promovidos los reclamos publicitarios por la industria farmacéutica que deseaba colocar unos determinados productos, se asoció, en su estrategia de marketing, menopausia a dolor y decrepitud corporal, sin estudios epidemiológicos que basaran sus afirmaciones y sin estudios clínicos que investigaran las causas del dolor y su diagnóstico diferencial. Se aceptó por primera vez que existía una diferencia biológica, pero se convirtió a las mujeres en víctimas de su cuerpo. Aunque, en los estudios de salud, la menstruación se había estudiado de forma muy superficial, y no se había relacionado que pudiera influir de ninguna forma en la salud o en el humor o en el funcionamiento del organismo, su desaparición hizo aparecer por primera vez una palabra que es la de «víctimas», víctimas del cuerpo, que dejaron a millones de mujeres en un estado de indefensión, sin razones para saber, sin argumentos para decidir y con miedo a determinadas catástrofes futuras (no demostradas), si no aceptaban para siempre la terapia hormonal sustitutiva.
En el año 1996, durante el primer Congreso Internacional Mujeres, Salud y Trabajo, las investigadoras de todo el mundo que nos hemos organizado y estamos trabajando en la Red Internacional de Mujeres, Salud y Trabajo acordamos adoptar la definición propuesta por la doctora Jerilynn Prior, feminista y endocrinóloga en Vancouver, por la que entendemos que la salud de las mujeres se debe analizar en relación con la biología, con la psicología y con la sociedad, entendiendo por sociedad no solo la cultura, sino las condiciones de vida y trabajo y los condicionantes de la salud que provienen del medio ambiente a través del agua, aire, alimentos y cosméticos. Durante los siete primeros capítulos detallaré cómo se imbrican las causas bio-psico-sociales en la salud y qué diferencias existen entre mujeres y hombres, y dentro de los mismos colectivos.
Pero la primera constatación desde el año 1990 en que realizamos el Congreso de Mujer y Calidad de Vida en Barcelona, fue la de comprobar que no había ciencia de la diferencia y que las mujeres habían sido invisibles para la ciencia médica: tanto los aspectos biológicos como la clínica de las enfermedades no se habían estudiado de forma diferencial, entre mujeres y hombres, y entre las mismas mujeres.
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Pero si existen cada vez más datos científicos que nos ponen de manifiesto la existencia de diferencias en el modo de enfermar entre hombres y mujeres, en la evolución de las enfermedades y en la forma en que actúan los medicamentos, ¿por qué se continúan considerando como inferiores o poco importantes los problemas crónicos que presentan las mujeres? ¿Por qué no se incluye todavía a las mujeres en los ensayos clínicos de forma sistemática? ¿Por qué se medicalizan sistemáticamente los procesos naturales como el embarazo, el parto y la menopausia? ¿Por qué no se estudian los problemas que realmente padecen y en cambio se crean nuevos problemas cuando se trata el dolor y el malestar con psicofármacos, sin averiguar las causas o las patologías subyacentes? ¿Cómo se han construido e introducido en el inconsciente de los profesionales de la medicina los estereotipos de género que creen que todo lo referente a las mujeres es inferior, maligno, debe ocultarse o debe esconderse porque no es relevante?
El hecho de que las mujeres sean invisibles para la atención sanitaria en el diagnóstico y el tratamiento de muchas enfermedades, o que sus síntomas sean confundidos, minimizados o no bien diagnosticados y que sus quejas sean frecuentemente atribuidas a etiología psicológica o psicosomática, hace replantear las bases en que se ha apoyado la ciencia para reconocer los problemas de salud de hombres y mujeres. En este campo, los avances en la innovación han sido muy desiguales, y poco sistemáticos, en cada una de las especialidades médicas, en las que todavía existen pocos datos de investigación diferenciados por sexo, y en las que se cruzan de forma incorrecta y reduccionista las causas y los efectos de determinadas patologías.
Con esta introducción, queremos dejarte abierta una puerta a informarte sobre tu salud como mujer, a conocer tu cuerpo y mente para así poder mejorarla sobrepasando los límites que se imponen desde la medicina tradicional.
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Por último queremos recordaros a todas que nuestro centro es un ESPACIO SEGURO, libre de todas las posibles violencias ejercidas contra la mujer, y donde podéis acudir para solicitar ayuda siempre que queráis.